...Había caído con una fuerza tenaz, sin dar tregua a nada, todo el pueblo había sido víctima de su furor, las chozas más viejas habían sucumbido ante la ira del Dios del agua, que mandaba con gran furia y enojo los más estruendosos relámpagos y truenos ante tan vulnerable población.
Belén era un pueblo chico, con su atrio y su iglesia que se erguía orgullosa de tener una torre tan alta donde poder divisar los carros que venían a la entrada del pueblo vecino. Sus calles todas empedradas lucían frescas esas mañana, la gente iba y venía llevando y trayendo cosas del mercado, los niños jugaban con los perros callejeros mientras las madres presurosas les llamaban a seguir el camino a casa para proseguir con la molienda del maíz y así tener lista la comida para la vuelta del padre jornalero que en base al sudor de su frente y con mucho esfuerzo se disponía a diario para traer algo digno que llevarse a la boca junto a todos sus chilpayates.
Maruy, mujer de edad, nacida en Belén hacía una quinteta de años era buena en el asunto de las predicciones del tiempo, su padre Simón le había enseñado todo al respecto y ella con práctica e intuición no fallaba nunca en sus profecías.
Sin embargo, Maruy ese día estaba un poco inquieta, le gustaba oler el aire venido del norte y adivinar todo lo que éste le decía con su olor y algunas veces con su sabor polvoriento.
Hoy era día de expectación, las nubes se avecinaban negras y cargadas de olores a tierra mojada. Maruy habría de predecir algo nefasto, pero ese día solo se contentó con fiarse del aire y decir, habrá tormenta y pronto pasará.
Las calamidades así son, se apostan a la diestra y de ahí no se quitan, llegan, hacen deterioro y se van como si con eso se jactaran de burlar la tranquilidad de un pueblo entero.
Llegó la noche y con ella el terror se apoderó de los transeúntes que temerosos de que el cielo se cayera a borbotones se refugiaban en sus casas. Los relámpagos y los ruidos ensordecedores de los truenos llegaron a amedrentar a más de uno. Los primos y las primas, los tíos,los niños y los ancianos toda la gente corría a sus casas empapados hasta los huesos en tan solo unos minutos de lluvía torrencial.
Pero el agua seguía cayendo subiendo sus niveles y destrozando todo a su pas.
El cuadro como se le solía llamar al jardín central del pueblo estaba siendo sumergido en un gran hoyo que se encontraba justo en el centro de éste. La tierra se abrió por completo y se tragó bancas, árboles y enrejado, así como el más bello kiosco que se haya conocido. El pánico hizo presa de todos en ese lugar.
Los techos de las casas se caían doblándose al peso del vital pero en ese momento fatal líquido que los amenzaba; los animales corrían asustados haciendo verdaderas estampidas de miedo tirando y aplastando todo a su paso.
Cuando por fin la noche pereció y nació el nuevo día; cuando por fin el vasto cielo se digno a aclarar la mente y los ojos de los pobladores, el pueblo había desaparecido, los cuerpos yacían tirados en mitad de la calle y otros más aplastados por las edificaciones tan viejas que no soportaron el peso del agua en sus espaldas.
Los chales de las ancianas tirados, los perros ladrando junto a los que creían eran sus dueños que tirados en el piso daban una espeluznante vista, todo, todo era un real caos. Los hombres buscando desesperados a sus mujeres y las mujeres buscando a sus hijos perdidos.
Mi poca vista se nubló al recordar que Maruy pudiese estar sin vida, sólo me lancé en su búsqueda y el terror se apoderó de mi.
Corrí por todo el pueblo, a lo largo entre calles derruídas por la corriente de agua que las azotó por la noche. No la podía encontrar, que habría sido de ella? así pasaron un par de horas de incontenible llanto, de desesperada búsqueda y de amargo sabor de boca de sólo pensar que le hubiese sucedido algo.
Cuando por fin mis sentidos se calmaron, y traté de pensar en un pequeño escondrijo en el que ella estuviera, su voz firme y serena me llamó. El cuarto oscuro de donde salió su voz estaba intacto, pero ella no! Sin embargo ya todo había pasado, la abracé y lloré junto con ella al ver a nuestro querido Belén en ruinas.....
Belén era un pueblo chico, con su atrio y su iglesia que se erguía orgullosa de tener una torre tan alta donde poder divisar los carros que venían a la entrada del pueblo vecino. Sus calles todas empedradas lucían frescas esas mañana, la gente iba y venía llevando y trayendo cosas del mercado, los niños jugaban con los perros callejeros mientras las madres presurosas les llamaban a seguir el camino a casa para proseguir con la molienda del maíz y así tener lista la comida para la vuelta del padre jornalero que en base al sudor de su frente y con mucho esfuerzo se disponía a diario para traer algo digno que llevarse a la boca junto a todos sus chilpayates.
Maruy, mujer de edad, nacida en Belén hacía una quinteta de años era buena en el asunto de las predicciones del tiempo, su padre Simón le había enseñado todo al respecto y ella con práctica e intuición no fallaba nunca en sus profecías.
Sin embargo, Maruy ese día estaba un poco inquieta, le gustaba oler el aire venido del norte y adivinar todo lo que éste le decía con su olor y algunas veces con su sabor polvoriento.
Hoy era día de expectación, las nubes se avecinaban negras y cargadas de olores a tierra mojada. Maruy habría de predecir algo nefasto, pero ese día solo se contentó con fiarse del aire y decir, habrá tormenta y pronto pasará.
Las calamidades así son, se apostan a la diestra y de ahí no se quitan, llegan, hacen deterioro y se van como si con eso se jactaran de burlar la tranquilidad de un pueblo entero.
Llegó la noche y con ella el terror se apoderó de los transeúntes que temerosos de que el cielo se cayera a borbotones se refugiaban en sus casas. Los relámpagos y los ruidos ensordecedores de los truenos llegaron a amedrentar a más de uno. Los primos y las primas, los tíos,los niños y los ancianos toda la gente corría a sus casas empapados hasta los huesos en tan solo unos minutos de lluvía torrencial.
Pero el agua seguía cayendo subiendo sus niveles y destrozando todo a su pas.
El cuadro como se le solía llamar al jardín central del pueblo estaba siendo sumergido en un gran hoyo que se encontraba justo en el centro de éste. La tierra se abrió por completo y se tragó bancas, árboles y enrejado, así como el más bello kiosco que se haya conocido. El pánico hizo presa de todos en ese lugar.
Los techos de las casas se caían doblándose al peso del vital pero en ese momento fatal líquido que los amenzaba; los animales corrían asustados haciendo verdaderas estampidas de miedo tirando y aplastando todo a su paso.
Cuando por fin la noche pereció y nació el nuevo día; cuando por fin el vasto cielo se digno a aclarar la mente y los ojos de los pobladores, el pueblo había desaparecido, los cuerpos yacían tirados en mitad de la calle y otros más aplastados por las edificaciones tan viejas que no soportaron el peso del agua en sus espaldas.
Los chales de las ancianas tirados, los perros ladrando junto a los que creían eran sus dueños que tirados en el piso daban una espeluznante vista, todo, todo era un real caos. Los hombres buscando desesperados a sus mujeres y las mujeres buscando a sus hijos perdidos.
Mi poca vista se nubló al recordar que Maruy pudiese estar sin vida, sólo me lancé en su búsqueda y el terror se apoderó de mi.
Corrí por todo el pueblo, a lo largo entre calles derruídas por la corriente de agua que las azotó por la noche. No la podía encontrar, que habría sido de ella? así pasaron un par de horas de incontenible llanto, de desesperada búsqueda y de amargo sabor de boca de sólo pensar que le hubiese sucedido algo.
Cuando por fin mis sentidos se calmaron, y traté de pensar en un pequeño escondrijo en el que ella estuviera, su voz firme y serena me llamó. El cuarto oscuro de donde salió su voz estaba intacto, pero ella no! Sin embargo ya todo había pasado, la abracé y lloré junto con ella al ver a nuestro querido Belén en ruinas.....